Stefan Schmitt, dir. del Programa Forense Internacional, de Médicos por los Derechos Humanos
42 años. Nací en Alemania, me crié en Afganistán y vivo en EE.UU. Estoy casado y tengo tres hijos. Licenciado en Antropología. En política y justicia lo fundamental es la transparencia. La religión no me da respuestas a los horrores: debemos responsabilizarnos de nuestro destino.
En 1987 me fui a Guatemala a estudiar arqueología maya.
De fondo, la guerra civil .
Sí, cadáveres tirados por las calles..., el sufrimiento de los civiles era inmenso. Y ahí estábamos los arqueólogos, haciéndonos los ciegos, una frustración que fui acumulando.
Hasta que decidió actuar: no hay otra manera de sacudírsela.
Mi primera exhumación fue una fosa llena de mujeres y jóvenes con un orificio en el cráneo. El ejército había afirmado que se trataba de gente que murió durante el combate, un argumento que no volvió a utilizar. Había encontrado una manera de combatir las mentiras y la represión.
Y abandonó la arqueología.
Sí, soy uno de los fundadores del equipo de antropología forense de Guatemala. Luego me marché a Florida a estudiar un máster en criminología y justicia criminal y trabajé con la policía estatal en identificación en la escena del crimen durante diez años.
¿Qué descubrió y qué aprendió?
Que yo siempre llego tarde.
¿?
Cuando llego ya están muertos, pero establezco una verdad con la que todos pueden trabajar, desde el sistema judicial hasta los familiares, y eso contribuye a la estabilidad de cualquier país. En vacaciones colaboraba con Médicos por los Derechos Humanos.
¿De vacaciones a la guerra?
Sí. En el 2002 volví a Afganistán y localicé una fosa común donde encontramos más de dos mil cuerpos. Talibanes que habían muerto por inanición y asfixia durante la intervención norteamericana (2001). El señor de la guerra Abdul Rashid Dostum, en nómina de la CIA, metió a centenares de talibanes que se habían rendido dentro de contenedores metálicos y los abandonó durante días sin comida ni agua.
¿Con conocimiento de las tropas norteamericanas?
Denunciamos que, por las evidencias encontradas, las tropas norteamericanas estaban presentes cuando se enterraron los cuerpos. Enviamos múltiples requerimientos al gobierno de Bush, pero se dio orden de que no se investigara y nos pararon las investigaciones en tres ocasiones. Ahora Obama quiere que continuemos.
Usted ha visto los resultados de varios genocidios.
Fue un shock ver cómo los europeos negaban lo que estaba sucediendo en la antigua Yugoslavia.
Una vergüenza.
Yo estaba en Bosnia en 1992. Allí me di cuenta de la universalidad de ese tipo de matanzas, ningún pueblo es inmune, bastan unos cuantos políticos apoyados por algunos medios de comunicación.
Ruanda debió de ser el infierno.
Fue como estar en otro mundo. Mire, el trabajo en sí no es tan difícil, pero ser testigo de la desvaloración de la vida humana...
Usted lo ve a través de los huesos.
Y de los familiares. En Ruanda, lo que me impresionó es que ya no había familiares para identificar los cuerpos, los habían matado a todos. En una fosa de 500 personas sólo pudimos identificar a tres.
Lleva 18 años realizando este trabajo, ¿qué ha aprendido del ser humano?
Que la diferenciación que a mucha gente le gusta hacer entre los humanos y el reino animal es religiosa y sirve para elevarse a uno mismo. Yo lo que he visto es que somos más sofisticados, pero animales; no tenemos más importancia que un perro callejero.
Triste conclusión.
Nos distingue la habilidad para prever nuestro futuro y eso nos da más oportunidades de sobrevivir y adaptarnos. Ymi trabajo nos da las herramientas sociales para que esas matanzas no sucedan de nuevo.
Pues no paran de suceder.
Porque es algo sumamente humano, no se trata de que los ruandeses sean más salvajes que los alemanes, los españoles o los gringos. Yo daba clases en la universidad de Estados Unidos, donde les inculcan a los jóvenes que en un país como el suyo esas matanzas no son posibles. Yo lo primero que trataba de enseñarles es que eso es falso.
Importante enseñanza.
Un general bosnio me contaba que, a pesar de que ya había comenzado la limpieza étnica,él no podía imaginar que sus propios vecinos desde hacía generaciones, gente formada, maltratarían a su familia y él acabaría en un campo de concentración, donde fue violado y torturado.
¿Cómo le afecta su trabajo?
Dejé de creer en un Dios y en su justicia. Famosos criminales han muerto tranquilamente en la cama o se han pegado un tiro, pero en ningún caso han pagado por lo que hicieron. Y mi trabajo me ha hecho consciente de la fragilidad de la vida humana, y esa es una carga que cuando uno tiene hijos debe arrinconar para no vivir con miedo.
¿Le ha influido su pasado alemán?
Por supuesto, si no, no haría lo que estoy haciendo. Yo crecí con las fotos de los campos de concentración y de los contenedores llenos de cadáveres. Cuando era estudiante hice un intercambio, la familia que me acogió era judía, y eso me aterrorizaba.
¿Y?
Eran supervivientes del holocausto y me recibieron felices de poder hablar alemán. Me di cuenta entonces de que los alemanes no mataron a los judíos, los alemanes mataron a los alemanes.
Fuente: La Vanguardia, La contra. Por Ima Sanchís (19/02/2010)
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